Hay bodegas que invierten fortunas en hacer salas de catas. Grandes mesas de roble, sillas altas, iluminación que favorece la cata, música de fondo, copas caras, de esas que te pones a llorar si se rompen… Alfredo Egia considera todo esto, y con toda la razón, superfluo y se centra en lo que realmente importa: disfrutar de una copa de vino allí donde mejor sabe. Y ese sitio es el viñedo del que salen las uvas. Las laderas de un monte situado en las afueras de Balmaseda, Bizkaia, es el sitio elegido para ello, justo donde Alfredo tiene un viñedo rodeado de robledales, pinares y prados. La característica más importante de este viñedo es que Alfredo lo trabaja siguiendo los principios de la agricultura biodinámica. Son 4 hectáreas en total, 1,8 de ellas en biodinámica. Una hectárea va para elaborar uno de sus vinos, Hegan Egin y la 0,8 restante va para Rebel Rebel. Las otras 2,2 hectáreas son para elaborar Egia Enea, su vino de mayor producción.
Pero hablaba del emplazamiento de su sala de cata, y es justo en ese viñedo donde Alfredo ha colocado una mesa y cuatro sillas a su alrededor. Y es precisamente ahí donde te sientas a las siete de la tarde de una tarde cualquiera de septiembre y poco a poco vas disfrutando los vinos que Alfredo hace, mientras nos embarcamos en una conversación acerca de la biodinámica, de los tratamientos que se hacen en el viñedo en un lugar de tanta pluviometría como Balmaseda y con alguna que otra niebla en el valle del río Cadagua.
Alfredo mima sus viñas, habla con ellas, se siente parte de un todo con las mismas. Las viñas y su fruto sienten como siente Alfredo y Alfredo siente como se sienten las viñas. Esa es la manera en la que trabaja para obtener el mejor fruto posible. Preparados 500P y 501, algún aceite esencial de lavanda, decocciones de cola de caballo y ortiga, humus con lombrices, dosis muy bajas de cobre y ocasionalmente azufre. Y de herbicidas o pesticidas, nada de nada. Trabajar en ecológico tan al norte es muy complicado pero es como Alfredo quiere hacerlo. Para él, viña y viticultor son un todo que comparte sentimientos, sensaciones, planes de futuro. Las viñas le dan vida esos días en los que las cosas no van bien. Alfredo se deja rodear por ellas y todo cambia, la energía vuelve a fluir.
Sentados en esa mesa y esas sillas, afloran los recuerdos de la infancia, de la época del instituto y los primeros años en la universidad, mientras se da un fenómeno curioso. Lentamente dejas de ver a Alfredo sin dejar de escuchar o de hablar, y no por algún fenómeno paranormal relacionado con el cielo estrellado sobre nuestras cabezas, sino porque el día se va transformando lentamente en la noche. Distingues su silueta por la escasa luz de la villa que asoma por su espalda, pero el viñedo, la mesa y las sillas quedan envueltas en la oscuridad de la noche. Egia Enea 2018 es su Txakoli de entrada. Unas 12.000 botellas elaborado exclusivamente con Hondarrabi Zerratia.
Ese vino da paso a Lexardi 2013, una maravilla que Alfredo elaboró ese año con Hondarrabi Zerratia y Petit Manseng a partes iguales. Son los aromas de esta uva los que te traen recuerdos de los vinos del Jurançon francés, pero sin dejar de ofrecer la personalidad de un Txakoli. Estos dos vinos se elaboran en Bizkai Barne, bodega de la que Alfredo es socio y cuyas instalaciones están en Orozko.
La biodinámica embotellada en forma de Txakoli se llama Rebel Rebel y es un vino que Alfredo elabora por su cuenta. El nombre viene de la época en la que Alfredo era fiel a los rockeros que nunca morían. La etiqueta es un diseño suyo, una niña jugando en un columpio. 785 botellas de la añada 2017 y 690 botellas de la 2018. En 2019 tendrá un ligero incremento hasta situarse por encima de las mil botellas. Pero mientras esperamos a esa añada, disfrutamos de las dos primeras. 2017 es un vino complejo, con una carga aromática muy especial que me recuerda a algún vino del Jura con el que he disfrutado en más de una ocasión. 2018 no tiene esas notas pero sigue teniendo una complejidad que rara vez he encontrado en un Txakoli. Ambas añadas se hacen con Hondarrabi Zerratia y un poco de Petit Manseng, en una proporción de 80-20. Este vino tiene crianza en barrica, ánfora y parte en un deposito de inoxidable.
La noche se cerraba abrazándonos con el fresco del final del verano mientras ocasionalmente nos sobrevolaba un avión procedente de Loiu (el aeropuerto de Bilbao). Las luces estroboscópicas complementaban la magia de los sonidos de las aves nocturnas y algún que otro grillo sazonaban nuestras anécdotas vinícolas. Y entonces llegó Hegan Egin 2018. Vino elaborado por Imanol Garay, con la colaboración de Alfredo y Gile Iturri, enólogo de Bizkai Barne. Excepcional vino. Aquí me gustaría darle la vuelta. Normalmente diría que es un Txakoli excepcional, pero lo veo más como un excepcional vino blanco amparado por la DO Bizkaiko Txakolina. Un vino que compite con cualquier otro vino blanco de cualquier lugar que se te ocurra. Mayor proporción de Hondarrabi Zerratia que de Petit Manseng elaborado por las manos de tres artistas con crianza en barricas usadas y ánforas. Las uvas crecen en una parcela de una hectárea separada por un arroyo del viñedo de 0,8 hectáreas donde se origina Rebel Rebel. Al igual que esta, se trabaja siguiendo los principios de la agricultura biodinámica, como comentaba al principio.
Había que elegir un momento para irse, si bien la noche se ofrecía para seguir probando y disfrutando los vinos de Alfredo. Pero sobre todo para seguir disfrutando de su compañía porque Alfredo es eléctrico, lleno de una energía inagotable. Habla y fluye como un torrente y eso hace que la conversación tenga un dinamismo sin fin. Risas, anécdotas, historias, chistes, vino…
Los móviles nos señalaban el camino hacia el coche para dejar atrás esta espectacular sala de cata. Volveremos sin duda, porque las conversaciones trajeron nombres de vinos que teníamos que compartir. Y eso no se puede perdonar. Al fin y al cabo, que son los vinos sino una excusa perfecta para compartir?