Escribir sobre David Sampedro se me antoja complicado. No porque sea difícil hacerlo sino porque le imagino mirándome con el ceño fruncido y me entra miedo. Pero qué demonios! Debo separar los vinos de quien los hace a la hora de escribir. O no…
Hace ya tiempo que conozco a David, aunque todavía no me atrevo a decir que seamos amigos, no sea que lea esto y se enfade conmigo por hablar mal de él. Desde el respeto, y la distancia del no abrazo, yo sí le considero amigo, pero a lo mejor me estoy engañando. También hace tiempo que conozco sus vinos. No todos, que hace muchas cosas y no me da tiempo a probar todo. Todo lo probado hasta ahora, que ha sido bastante y de algunos de los vinos varias añadas también, me apasiona. En casa nunca faltan y cuando hago catas siempre cae algunos de sus vinos.
David es uno de esos hacedores de vino que tienen su huella, algo que me parece muy complicado conseguir. Sus vinos tienen un estilo muy definido y cuando lo aprendes, lo identificas con facilidad. Sus vinos tienen el toque ‘DavidSampedro’. Personalmente ese toque me tiene enamorado. No solo sus vinos blancos, que siguiendo la tradición de su familia son todos macerados con las pieles. Sus tintos también tienen alma, y es un alma, como digo, con mucha personalidad.
Conocí a David a través de una cata de vino naranja que organicé para un grupo suyo de cata y la siguiente ocasión que compartí con él fue en una cata en su bodega. Primero comimos productos locales, chuletitas de cordero incluidas, acompañados de varias botellas de vinos de David y Melanie Hickman (su compañera de fatigas y hacedora de vino también). De esto recuerdo que me enamoré inmediatamente de dos de sus blancos, Phinca Hapa (de Melanie) y Thousand Mils. Luego abrió un Phinca La Revilla Sexto Año (probablemente un 2011) y ahí fue cuando caí rendido a sus pies. No se me olvidará la expresión de su cara cuando le dije que era uno de los mejores vinos naranja que había probado en la vida. No de agradecimiento, sino más bien de pensar: ”y éste, qué demonios sabrá.” Afirmación, no pregunta retórica.
Luego empezamos la cata motivo de la reunión. Cada asistente llevaba una botella de vino, y como suele pasar, había más vino que asistentes. Después de disfrutar la cata bajamos a la bodega y empezó otra cata. Ahí fue cuando ya conocí su arte. Probamos casi todo lo que se podía probar, incluyendo vinos que estaban de fábula, pero se negaba a decirnos qué eran. Lo que sí me quedó claro probando todo es que David tiene sin duda alguna un toque para elaborar vino, un arte. Un arte fascinante.
No se trata ahora de listar todos los vinos que probamos con una nota de cata. Tú que me lees ya sabes lo que me gusta, así que no te resultará complicado a estas alturas del articulo saber que todo lo que hace David está muy bueno. De hecho, creo que nunca he probado algo no me haya gustado, incluidas algunas rarezas que ha elaborado. Sí te diré que sus blancos me parecen excepcionales en todas las añadas que he probado, que han sido varias de cada uno. Los mencionados Thousand Mils y La Revilla (como he dicho, uno de mis tres naranja españoles preferidos), Phinca Durmiente (un Rufete Blanco de Salamanca), Kha mé (Garnacha Blanca criada en ánfora). También en una ocasión probé Costa de Santa Mariña, un Rías Baixas que hizo en 2013.
Entre los tintos hay mucho material donde elegir. Hay dos vinos que todavía no he probado: Phinca La Revilla Sexto Año Tinto y Phinca Abejera (de este tengo ya una botella). Hay otros dos vinos que me entusiasman: Phinca El Vedao (Garnacha), y Phincas, que creo que es Tempranillo.
Al final he listado los vinos, pero bueno, se entiende porque me apasiona. No diré que me apasiona David, porque eso no me lo perdonaría nunca. Pero sí diré que cuando catamos juntos tenemos gustos parecidos y yo por lo menos disfruto mucho catando con él. Es buen tío, aunque él lo intente disimular. Recuerdo incluso un día que me dio un abrazo, y eso que no habíamos empezado a catar todavía. Es un recuerdo que aprecio mucho porque no ha vuelto a suceder.
Otra cosa que me gusta mucho de David es su filosofía vinícola. Desde hace años está certificado en agricultura ecológica y lleva ya unos años siguiendo practicas biodinámicas, estando ya en trámites para tener también esa certificación. En su caso, tanto Melanie como David han llevado la biodinámica más allá de los vinos creando un ente holístico, una granja como ente vivo en la que viven juntos perros, gatos, gallinas, ocas y abejas. También usan caballos para laboreos. Generan su propia energía, tienen su propio huerto. Un concepto de vida que va mucho más allá de elaborar vino de una manera determinada.
Recuerdo un día que fuimos a dar una vuelta en mountain bike. En la entrada de un viñedo me caí y se me quedaron enganchados los rastrales, así que terminé con la espalda en el suelo y las ruedas hacia arriba. David empezó a reírse y hacerme fotos. Ahí fue cuando pensé que podríamos llegar a ser amigos. Pero el momento pasó rápido, no te creas. Y luego nada de nada, aparte de compartir esas fotos en un grupo de WhatsApp.
Te diría que pronto hablaremos con David Sampedro acerca de su filosofía vinícola, pero me temo que eso va a estar complicado.
P.D.: No he localizado la foto de la bici, lo siento. La de la cabecera es de Melanie.