Una de las primeras cosas que haces al terminar una visita a una bodega es comentar los vinos y decir cuál te ha gustado más, y también, cuál te ha gustado menos. Hay veces que suele ser fácil hacer ambas elecciones, si bien las bodegas que visito son siempre bodegas que hacen vinos de mi agrado. No me suele gustar escribir sobre lo que no me agrada. No me considero un crítico del vino que habla sobre vinos buenos y vinos malos. Prefiero escribir sobre los vinos que me gustan y las bodegas que por una razón u otra tienen un significado especial para mí. Este significado especial no viene dado por el vino que elaboran sino por las personas que hay detrás. Esto es lo que más me gusta sobre el mundo del vino: conocer esas personas que te enseñan lo que hacen, que comparten contigo no solo su pasión por su trabajo, sino también comparten contigo su tiempo y, en muchas ocasiones, su misma casa.
Marian y Juan Carlos son dos de estas personas.
De una manera que cuando me acuerdo sigo sonriendo, mi wingman Andrew y yo concertamos una fecha para visitar la bodega. Se trataba de acercarnos, conocernos, hablar un poco y probar sus vinos. Pero pronto Juan Carlos dijo que mejor que venir a media mañana era quedar a las 14:00 y comer juntos. Era una invitación que difícilmente se puede rechazar porque destilaba amabilidad por todos lados. Así pues, pusimos en el GPS nuestro destino, Baños del Río Tobía, en la parte profunda de la Rioja Alta, pero bien al sur donde casi limita con los bordes exteriores de la D.O.C. Rioja y en invierno siempre nieva. Y tú que me lees te preguntarás: “Rioja!? ¿A qué bodega de Rioja va éste?” Fácil. Juan Carlos Sancha.
Juan Carlos no es el clásico viticultor. Para empezar, es doctor en viticultura y profesor en la Universidad de La Rioja. Aparte de su lado académico, lleva 30 años elaborando vino. Primero en diferentes proyectos con otra gente y desde 2007 para sí mismo en la bodega que lleva su nombre. Pero Juan Carlos no es de los que se dedican a cultivar lo que todos los demás hacen. Al contrario, su vocación siempre ha sido trabajar con variedades minoritarias y recuperar algunas que estaban condenadas al olvido. Su trabajo está bastante bien documentado en el entorno académico y además queda patente en su bodega. Pero antes de hablar de ello, debemos decir primero que la bodega produce en torno a 35.000 botellas al año, con uvas provenientes de 9 hectáreas repartidas en 45 parcelas alrededor del pueblo. Junto a la bodega tienen un pequeño viñedo que se utiliza como multiplicador, es decir, no se plantan vides para cultivar uva sino para poder regenerar las vides que se van perdiendo.
Algo que hay que destacar es que Juan Carlos no elabora vino usando la variedad tinta Tempranillo. Al igual que algunos de sus colegas riojanos, está recuperando el uso de las variedades tintas tradicionales riojanas, como la Garnacha, con la que elabora una línea de vinos llamada Peña El Gato. El nombre hace referencia a unas parcelas situadas junto al Cerro de La Isa en las afueras de Baños. Es esta una colección de vinos elaborados de diferentes maneras. El vino más conocido es Peña El Gato, un Garnacha tradicional con una crianza de 11 meses en barrica. Después, hay una colección de seis botellas que vienen de seis diferentes micro-parcelas con distinto suelo y exposición. La clave aquí es mostrar la diferencia que hay a la hora de elaborar vino cuyas uvas están marcadas por esas características. Por último, hay una versión muy especial de esta Garnacha: Peña El Gato Natural. Un vino que se elabora desde hace cuatro años y que siempre se agota antes de salir al mercado. Empezaron con una barrica y es tal su aceptación que poco a poco van incrementando la producción, aunque en la actualidad solo llega a 3.300 botellas de la añada 2016.
La otra línea de la bodega es Ad Libitum, nombre que en latín significa “A placer”. La misma incluye dos vinos blancos y un vino tinto. Éste último se elabora con una uva que prácticamente había desaparecido del mapa vinícola riojano. Y prácticamente había desaparecido porque Juan Carlos es unos de los pocos elaboradores que hace un vino con la variedad Maturana Tinta, una uva tradicional riojana que dejó de cultivarse hace tiempo.
Los dos vinos blancos que completan esta colección son un Tempranillo Blanco (9.500 botellas en 2016) y un Maturana Blanca (2.600 botellas en 2016). El Maturana sí pasa por barrica, a diferencia del primero que solo pasa por depósito de inoxidable.
Nos habíamos quedado en que la visita comenzaba a las 14:00 y después de las presentaciones, Marian nos llevó al Cerro de la Isa desde donde se pueden apreciar todas las parcelas de Peña El Gato y también el curso del río Najerilla. Muy interesante poder ver las diferencias entre las parcelas. Además, en la cima del cerro la familia Sancha ha instalado un templete con un merendero que hace las delicias de quien puede acercarse hasta allí arriba y disfrutar de las vistas, de la comida y del vino que se lleve, y si se tiene suerte, que en esta zona se puede, de las Lágrimas de San Lorenzo.
Después de bajar del cerro, que subir y bajar hace apetito aunque se haga en coche, tocó el aperitivo. Para abrir boca, Ad Libitum Tempranillo Blanco 2016. Un vino muy rico y muy fresco. Una acidez muy agradable que hacía que el vino se bebiera solo. Muy rico. Después probamos el Ad Libitum Maturana Tinta 2014. Un vino muy sorprendente, con una crianza de 11 meses en barrica y una carga aromática muy buena que podía dar pie a pensar que tenía un poco que ver con un Cabernet Franc. Para mí, nada parecido a otro vino que hubiera probado antes y que desde luego me gustó mucho.
Ahora tocaba sentarse a la mesa. En ella pudimos degustar unas ricas alubias con Denominación de Origen Anguiano. Muy ricas y además muy caseras. Junto con las alubias, el segundo plato, el postre y el café probamos Peña El Gato 2016 y Peña El Gato Natural 2016. Ya había probado el Peña El Gato con anterioridad y era una de las razones para hacer esta visita. Y el vino natural, bueno, qué puedo decir? Fantástico no llega a describir lo que me pareció este vino.
Después de la sobremesa fuimos a la bodega. Después de ver las instalaciones probamos dos vinos más. El primero estaba en una barrica de 500 litros que está haciendo junto con sus alumnos del master de enología. Mucha Garnacha, algo de Maturana, y un poquito de otras variedades, y todas las uvas despalilladas a mano. Según Juan Carlos, y el vino llevaba en la barrica nada más que cinco semanas, es el mejor vino que haya hecho jamás. Yo no le voy a llevar la contraria, que aunque soy del mismo centro de Bilbao, no me voy pegando por ahí con nadie después de dos platos de alubias, pero sí puedo decir que el vino estaba fabuloso. Por mi se podría embotellar ya, porque hacía disfrutar mucho.
Y para finalizar la visita, nos acercamos a un objeto extraño situado junto a unas barricas. Llegamos hasta él, lo tocamos, lo palpamos, lo olimos, y nos dimos cuenta de que era una tinaja de barro de unos 500 litros. Una tinaja de barro!!!!!!!!!! Juan Carlos nos dijo que estaba llena de Garnacha de la Peña El Gato. Probamos y una palabra venía a la cabeza: éxtasis.
Comenzaba el artículo diciendo que después de hacer una visita siempre categorizas los vinos y elijes mejor y peor, o mejor y menos mejor. Aquí, ya en la autopista, que por cierto estaba lejos, seguía sin decidirme. El de la tinaja, espectacular. El blend tinto, espectacular. El natural, espectacular también. El Maturana Tinto, tan único y especial que estaba estupendo. El Peña El Gato, ya me gustaba mucho de antemano. El Tempranillo Blanco, de esos vinos que hacen que te guste el vino blanco. Jean, que sí que me gustan los vinos blancos, pero como éste. Cuesta decir cual, porque todos me gustaron mucho y ninguno menos que los otros porque cada uno era de una manera. Es un pequeño problema decidirse entre seis vinos tan ricos, pero bendito problema.
Pronto hablaremos con Juan Carlos sobre un montón de cosas, porque esa conversación da para mucho.